Todo lo que dejamos entrar en nuestra mente y entorno tiene un impacto directo en cómo nos sentimos, actuamos y pensamos. Desde los libros que leemos hasta las conversaciones que tenemos, todo eso es «input», es decir, información o estímulos del mundo exterior que moldean nuestro estado de ánimo y mentalidad. Si alguna vez has sentido la diferencia entre pasar un fin de semana en la naturaleza versus una semana enganchado a redes sociales llenas de malas noticias, ya sabes lo potente que puede ser ese input en nuestra vida.
Lo más poderoso de todo esto es que no todos los inputs son iguales. Hay unos que te levantan, te inspiran, te llenan de ideas y motivación, mientras que otros te drenan, te estresan o te hacen dudar de ti mismo. Y entre todos esos factores, las personas con las que más tiempo pasas son la influencia más determinante. Como dijo el conferencista Jim Rohn: «Eres el promedio de las cinco personas con las que más tiempo pasas». Eso también lo confirma la ciencia, ya que estudios afirman que el entorno social puede determinar hasta el 95% de nuestro éxito o fracaso.
De niños, nuestros padres solían preguntarnos con quién estábamos y qué tipo de amigos teníamos. Pero cuando crecemos, dejamos de ser tan cuidadosos. Empezamos a aceptar sin pensar lo que el mundo nos pone enfrente: noticias, ambientes negativos, personas tóxicas. Y eso, sin darnos cuenta, moldea nuestra forma de ser, nuestra energía y nuestras decisiones. Por eso es tan importante volver a tomar el control.
Lo que permitimos que entre en nosotros se refleja directamente en lo que proyectamos hacia los demás. Si lo que absorbemos es positivo, nuestra actitud será más firme, clara y constructiva. Pero si el input es negativo, se nos nota: en el humor, en las decisiones que tomamos, incluso en cómo tratamos a los demás. Y aquí viene la parte más poderosa: nuestro output se convierte en el input de otras personas.
Así se forma un efecto dominó. Si llegamos a una reunión o a una cena familiar cargados de estrés o mala actitud, eso se contagia. Las personas que nos rodean lo sienten y, sin querer, empiezan a replicarlo. Eso luego nos regresa, y reforzamos ese estado emocional en un ciclo que puede ser difícil de romper. Pero lo opuesto también es cierto: si llegamos con buena energía, podemos elevar el ánimo de todos.
Esto no solo afecta a personas individuales, también puede transformar ambientes completos: equipos de trabajo, comunidades, incluso movimientos sociales. Lo entendieron grandes líderes como Gandhi o Martin Luther King Jr., quienes no lideraban con poder militar ni económico, sino con la fuerza de sus palabras y presencia. Ellos supieron canalizar su input interno en un mensaje tan fuerte que cambió la historia.
Y si ellos pudieron hacerlo, tú también puedes. Se trata de ser más intencional con lo que dejas entrar en tu vida, en las relaciones sociales que mantienes y en los entrenamientos y retroalimentación que recibes. Pregúntate qué estás consumiendo, con quién estás hablando, en qué ambientes te estás moviendo. No se trata de vivir en una burbuja, sino de elegir con más conciencia. Porque tu energía no solo te afecta a ti, también es una herramienta de cambio para otros.
Cuando cuidas tu input, tu output mejora (lo que ingresa a tu vida versus lo que expresas). Y cuando tu output mejora, puedes influir positivamente en los que te rodean. Eso es liderazgo. No importa si no tienes un título o no diriges una empresa. Tu actitud, tus palabras y tu presencia ya están marcando la diferencia. Así que cuida lo que dejas entrar en tu mente, porque de eso depende todo lo que puedes lograr.
Al final, ser más fuerte, más sabio y más resiliente no es cuestión de suerte: es una decisión diaria que puedes tomar. Protege tu energía, pero también aliméntala con intención. Porque cuando tú estás bien, cuando estás enfocado y lleno de propósito, puedes ayudar a que los demás también lo estén. Y eso, en esencia, es el verdadero poder.
Con información de Addicted 2 Success
Inscríbete en el newsletter para recibir más artículos como este.