*Escrito por Almar Tagara y publicado originalmente en Addicted 2 Success. Adaptado por Viva el Networking para el publico hispano.
Crecer en una familia de educadores es un privilegio que viene con desafíos ocultos. Desde fuera, parece el ambiente perfecto: mi papá es profesor de historia y mi mamá, directora de una escuela secundaria. Pero lo que no se ve es la presión silenciosa de cumplir expectativas que a veces no son tuyas. Afortunadamente, entre tantas lecciones, aprendí una que cambió mi vida: cada persona debe construir su propia identidad. No se trata de impresionar a otros, sino de conocerse, educarse y convertirse en quien uno realmente desea ser.
A continuación puedes aprender esas siete lecciones que aprendí en casa y que todo gran líder debe aprender si desea prosperar en la vida y ser una luz transformadora en la vida de los demás.
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Uno de los mayores regalos que recibí fue aprender a leer y escribir antes de entrar a la escuela. Gracias a mi mamá, descubrí desde pequeño que la lectura abre puertas a mundos infinitos, a ideas brillantes y a soluciones prácticas. Y escribir, aunque muchos piensen lo contrario, no es un don exclusivo, sino una habilidad que se desarrolla a cualquier edad. Saber comunicar con claridad y profundidad es una ventaja en cualquier campo.
Otra lección invaluable fue aprender a perseguir la maestría, no los atajos. Mi mamá empezó como profesora de matemáticas y con el tiempo llegó a ser directora. Obtuvo su maestría en sus cuarentas, demostrando que el crecimiento auténtico no tiene prisa. Ella me enseñó que la excelencia no se improvisa, se construye. A través de estudio, práctica, errores y persistencia.
Liderar con firmeza y bondad fue algo que observé todos los días en casa. Mi mamá no solo dirigía una escuela, también guiaba nuestra familia con empatía y principios sólidos. Nos enseñó que la verdadera educación no está solo en los libros, sino también en las experiencias y en cómo enfrentamos los errores. Su enfoque me mostró que criar con intención puede marcar toda la diferencia.
Aunque es introvertida, mi mamá domina el arte de hablar en público. La veía transformar su calma natural en presencia poderosa. Me demostró que no importa tu personalidad, si tienes un mensaje y lo comunicas con claridad, puedes inspirar a otros. Hablar bien no es cuestión de carisma nato, sino de preparación, empatía y práctica.
La puntualidad es otro de sus principios innegociables. Para ella, llegar tarde era una falta de respeto al tiempo de los demás. Me enseñó que la organización, el compromiso y la responsabilidad empiezan por algo tan sencillo como respetar los horarios. Hoy, cada vez que llego temprano, sé que estoy honrando su ejemplo y reforzando mi propia disciplina.
A pesar de su jornada intensa, mi mamá siempre hacía espacio para la familia. Al final del día, se sentaba con nosotros, preguntaba, escuchaba. Aunque no siempre entendía mi fascinación por los videojuegos, jamás me hizo sentir menos. Gracias a ella descubrí que incluso los pasatiempos pueden ser herramientas para desarrollar habilidades como la estrategia, la paciencia y la resiliencia.
Rodearse de personas que te inspiran es otra de sus máximas. Mi mamá asiste a talleres, congresos, encuentros. Se conecta con líderes, emprendedores, colegas. No para presumir, sino para seguir aprendiendo. Me enseñó que el entorno influye, y que crecer es más fácil cuando te rodeas de gente que te reta, te enseña y te eleva.
Al final, crecer en una familia de educadores no garantizó mi éxito, pero sí me dio herramientas poderosas. Mi mamá no me exigió perfección; me enseñó a ser curioso, constante y compasivo. Hoy, miro hacia atrás con gratitud y hacia adelante con convicción. Porque con cada lección, me ayudó a construir no solo una carrera, sino una vida con propósito.
Con información de Addicted 2 Success
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